viernes, 4 de febrero de 2011

Uno de estos días

El viejo, Syd, tiene un full, se le ve en los ojos. Mueve el puro de un extremo a otro de la boca, entre los dientes ennegrecidos, dejando ir el humo por el orificio libre que dejan los labios cuando lo deslizan. Sus ojos brillan y se agitan nerviosos por las cuencas, pero con la mirada clavada en las cartas. Esto es póker, y obviamente no nos la  va a enseñar. Aún así, tiene cara de tener un full. Sí, tiene que tener un full.
Pero está inseguro. Y yo también.
La camarera sin ojos se acerca a recoger nuestros vasos vacíos. Donde deberían estar sus globos oculares exhala un vapor blanco que acompaña a su sonrisa complaciente y servil.
“¿Más bourbon, muchachos?”.
Más bourbon; por favor, danos de beber, respondemos todos a una voz, y alguno de nosotros gira un poco la cabeza para mirar cómo se aleja, arrastrando sus tentáculos hacia la oscuridad que nos rodea. Ella sabe que la observan y, coqueta, su vapor se vuelve rojizo, y entonces los que la miraban sonríen, tunantes y cómplices de una posible lujuria futura desatada.
Gilmour mira al viejo, fijamente. Como yo, sabe que tiene un full. Que debe tenerlo, está seguro. Puedo notar las cuchilladas invisibles, porque cortan el humo del muro, lo atraviesan y lo hacen sangrar. Algunas gotas caen sobre el tapete, y ensucian un 2 de corazones.
“Mierda, Gilmour”, exclamo, molesto por el chillido cada vez más lejano del humo herido. Suena como la muerte, y el viejo sujeta el puro entre los dedos para dejar de fumar, aunque sea por un segundo. Todos guardamos silencio, porque las ascuas del cigarro se vuelven llamas y luego garras, y señalan a Gilmour, hasta que casi le agarran la cara. Pero se vuelven más humo, negro e impenetrable, y anegan los pulmones de Gilmour, provocándole estertores y chasquidos impronunciables.  Tose y tememos lo peor, pero la camarera se desliza tras su espalda, cierra los dedos sobre sus hombros y abre la boca para llevar hasta la de Gilmour, tosiendo aún, un vaho rosado que le arranca los estertores y le hincha el pecho. Quiere gritar, parece que va a explotar, pero finalmente coge a la chica del mentón y la besa, internándose en su boca que se parte en cuatro pedazos y amenaza con devorarle.
“Pareja”, grita Syd, y se ríe, pero todos sabemos que no tiene eso. No, el viejo Syd tiene un full.
Al suelta sus cartas y saca la lengua, ansioso por ser el siguiente entre las mandíbulas de la fémina. El sonido de un motor forzado hasta sus límites brota de su garganta. Quema rueda, pero no se decide a acelerar. Es un imbécil primitivo – al que, con todo, hay que querer, amar y respetar -, porque todos vemos sus cartas.
No creo que consiga nada con ese trío. No en esta mesa. No entre nosotros. Será mejor que se tire.
La camarera se yergue, se alza, y entre sus dientes brota la sangre. La misma que desciende por la barbilla y el cuello de Gilmour, que nos mira a todos, uno por uno, y después mezcla la sangre que mana de sus labios con un trago del bourbon que la camarera nos acaba de dejar.
“No tengo miedo a morir”, nos dice, cuando resopla tras el trago. El fuego se enciende en sus ojos. Todos sentimos calor. “Escuchadme, me han intentado arrancar la voz, la garganta y la razón, pero no tengo miedo a morir”.
Aplaudo. Roger también, que inclina la cabeza e improvisa una reverencia. Brotan más aplausos de nuestro alrededor. Gente que no existe corea a Gilmour y le piden que continúe, pero él se limita a escupir sangre a un lado, pellizca un tentáculo de la camarera mientras se aleja y alza la otra mano, con sus dos cartas entre los dedos. Varias serpientes descienden del techo y se enroscan en su brazo. Hablan en siseos y nos miran con malicia, que pone los pelos de punta.
“Tiene un póker”.
“Tiene una pareja de ases”.
“Tiene un color… a decadencia y a desangramiento”.
Intentamos no atenderlas, no hacerles caso, pero, ¿y si fuera cierto? ¿Y si alguna posibilidad fuera cierta, y no la escucháramos? Nunca, nunca nos lo perdonaríamos. Gilmour, que sabe de esa inquietud que no hace más que beneficiarle, sonríe, triunfador y terrible por el color rojo de su mueca.
“Las hijas de tu perdición”, murmura Roger, “solo saben escupir venenos”.
“Amén, y una probabilidad de 3.744 entre 2.598.960”, añado yo, en otro mundo, con un ojo puesto en el viejo Syd y otro en la cobra que sube por mi espalda y me susurra inmundicias al oído. Habla de guerra, de crisis financiera, de pocas ventas, de cáncer, de sida, de fracaso, de no intentarlo. Me dice que Gilmour juega con una escalera. Me muerdo un labio. Dios. ¿Y si resulta ser cierto?
Tengo miedo. Tras Syd aparece la dama de la guadaña y el conjunto de lencería negro. Juega a ponerle la cuchilla en el cuello, pero el viejo no hace más que fumar, y desencajar sus ojos. Ríe un poco, y la mirada se le asemeja a brillantes relampagueando. Parece que ese resplandor puede consumirnos a todos.
Cree que puede hacerlo. Como enloquecido, se levanta de un salto, se hace un corte el cuello con la guadaña y tira la silla hacia atrás. El suelo se quiebra a su espalda. Un nuevo agujero negro ha brotado en nuestro Universo, pero Syd, el viejo Syd, al que no le importa la cascada que es ahora su pecho, suelta sus cartas con violencia y las clava en el tapete, entre las cinco colocadas a la vista.
Grita de júbilo. Alegría. Loco.
Tiene un full.
El local se agita con su triunfo momentáneo. Algunos cuadros caen y los cristales se clavan en la nuca de Gilmour, que los ignora. Nadie se mueve. El terreno es de Syd, que al alzar los brazos nos salpica a todos con algo de sangre. Sobre mi cara, las gotas rojas descendiendo alimentan mi paciencia, mi cautela, y se desvían cuando mi mueca se torna en una sonrisilla apenas perceptible.
Y entonces deslizo mis cartas por el tapete, y aún notando la ardiente y perturbada sangre de Syd, que tal vez me dejen cicatrices para siempre. Mastico el bocado que aún no he dado. Adelanto acontecimientos de forma temeraria. Doblo las cartas al descubrirlas, y entonces también trunco el triunfo de Syd.
Cuando contempla mi victoria, su fanfarria se vuelve desesperación y terror. Los brazos de la dama de la guadaña le rodean el torso. El agujero negro empieza a succionar, y su silbido es el sonido del adiós. La mirada del viejo se vuelve más intensa que nunca y, mientras la cuchilla curva le cierra el paso hacia una vida que ya no merece, arde, se prende fuego, blanco, cegador y mortal, cuyas chispas prenden todas nuestras cartas y arruinan para siempre una jugada perfecta. Gilmour sonríe, nostálgico, cualquiera diría que triste, y se despide con la mano. Al vuelve a sacar la lengua ante el poderío de la dama de la guadaña. Roger se inclina una vez más, esta vez de pie, y muestra el respeto debido.
Y yo no puedo quitar los ojos de la mirada carbonizada de Syd. Todo él ardiendo, todo él pasto de unas llamas que no hacen prisioneros, antes de ser engullido para siempre y desaparecer de una vez por todas de este mundo, extiende un brazo hacia mí, y grita, desde el mismo corazón del Averno que está a punto de recibirle.









¡¡UNO DE ESTOS DÍAS TE PARTIRÉ EN PEDAZOS!!



Pink Floyd: One of these days.







Imagen: Syd Barrett.